POR: REDACCIÓN
La tradición de los Altares de Muertos se posiciona como uno de los elementos más emblemáticos de la cultura mexicana, ganando relevancia en la actualidad. Según el arqueólogo Eduardo Merlo Juárez, asesor cultural de la UPAEP, esta celebración ha transformado lo que en otras culturas se percibe como un momento sombrío en una auténtica fiesta para recordar a los seres queridos que han partido.
Merlo Juárez enfatizó que la visión mexicana sobre la muerte es única. “Mientras que en otros países el luto predomina, aquí celebramos a nuestros muertos, quienes vienen a visitarnos y a disfrutar”, explicó. Esta tradición, que combina elementos prehispánicos con influencias cristianas, se ha enriquecido a lo largo de más de 30 siglos. En su núcleo, el ritual más importante es el banquete que se prepara en honor a los difuntos, donde platillos como el pan de muerto y calaveritas de azúcar se convierten en ofrendas.
Uno de los aspectos más significativos del altar es la luz. Según Merlo, se colocan velas para guiar a los muertos que provienen de un lugar oscuro y asegurarles un ambiente tranquilo durante su visita. También destacó el uso del copal, un incienso que ha dejado huella en la cultura, incluso impresionando a un cardenal del Vaticano en una visita a Tonantzintla.
A pesar de que en las ciudades la celebración ha evolucionado, en muchas comunidades indígenas se mantiene un ritual íntimo. Allí, las familias se reúnen frente al altar para conversar con los difuntos, compartiendo relatos sobre la vida cotidiana desde su partida.
Una tendencia reciente es la creación de ofrendas para mascotas fallecidas, especialmente perros, quienes en tiempos prehispánicos acompañaban a los difuntos en su camino al más allá. Merlo recordó que se han encontrado entierros donde un perro pequeño, conocido como “techichi”, está junto al esqueleto humano.
La celebración del Día de Muertos permite a los mexicanos enfrentar la muerte sin temor, viéndola como una oportunidad para recordar y disfrutar simbólicamente con aquellos que han partido. “Nuestros muertos no vienen a asustarnos, vienen a festejar con nosotros”, concluyó Merlo Juárez.
Esta tradición es un reflejo del sincretismo cultural que define a México, manteniéndose viva gracias a la fe y el amor que las familias depositan en el recuerdo de sus seres queridos. Elementos esenciales como el arco de hojas de pino, las velas y el cempasúchil, la flor emblemática de esta festividad, son solo algunas de las piezas que forman parte de este rico mosaico cultural.
Además, el mole, un platillo tradicional, nunca falta en la ofrenda, acompañado de guajolote o pollo, tamales y bebidas como pulque. La tradición de llorar a los muertos, con las “chocas” o mujeres que lamentan en los funerales, también se remonta a épocas prehispánicas, asegurando que los difuntos no sean olvidados. En algunas regiones, incluso se recuerda a las mascotas fallecidas el 27 de octubre, justo antes de que inicie la festividad principal.
Rica en simbolismos y adaptaciones, la celebración del Día de Muertos mantiene su esencia: honrar y recordar a aquellos que ya no están, celebrando su regreso temporal al mundo de los vivos.